6 oct 2011

El tiempo ido.


Con Eduardo Gutierrez Zuazo, un buen compañero. Bilbaoarte 2007
Fotografía de Joaquín Lara

"Mi memoria es ver lo que no vi"
Manuel Padorno.

"Ocurre lo mismo en todas las artes: a medida que avanza la tecnología, el humor decae. Los límites y las definiciones artísticas se difuminan, el arte se ve entonces obligado a satirizarse a si mismo tan agudamente que las artes plásticas se tornan literarias, y este es, amigos míos, el primer gran síntoma de su degeneración."
James Crumley. El último buen beso. RBA ediciones. Serie negra. 90.

Confieso que casi había olvidado que tengo este juego aquí, en el ala intrascendente de la casa. Claro que hay casas dónde este aparato que miro fijo, con evidente malestar, pasaría más desapercibido. Me refiero a esas multimétricas mansiones, casas con grandes espacios que disponen también de cuartos diminutos para estos aparatos con enchufe, para el lavado, planchado. Y almacenes de víveres, ajuares, herramientas, herrajes, aperos de labranza. Escopetas de toda índole y función. Munición.
La mansión de los Bloomsbury, por ejemplo, con paredes de múltiples colores añejos y papeles pintados muy ingleses, con libros ordenados por géneros y jarrones, supongo, de frescas flores dispuestos en las mesitas, en huecos de paredes y repisas cuando no existía el televisor.
Había olvidado, amigos, que tengo aquí pendiente este trabajo que me exige respuesta como carta prometida, que me exige responsabilidad. Las conversaciones interrumpidas producen desazón.






Quedan las enunciadas intenciones enumeradas al vacío como piltrafa. Como escultura efímera de papel-cartón. Trabajos manuales de toma de contacto - ¿A dónde vamos, de dónde venimos, quienes somos? ... Lo pasé bien en aquel curso impartido por el genial, generoso Bruce McClean. Un abrazo sincero de un alumno todavía impresionado. Recuerdo que esto ocurrió en 2007, al tiempo de la fotografía de cabecera.
Congelo, como veis el tiempo ido. Voy tomando anotaciones de lo vivido. En la historia que me acompaña mantengo a pie de página la partida abierta. El tronco del árbol durísimo inacabado de cortar. Pero paralelamente observo que aumenta mi sordera.
Durante este lapsus que se repetirá. Este silencio que alienta y alimenta he leído. Como si envidiara la tarea de los lectores de oficio o aún más placenteramente eligiendo los libros entre los que acumulo en esta abarrotada estantería de hierro y he escrito a regañadientes este post como ejercicio y reescrito como si fuera deuda imposible de pagar. Muchas veces he querido dar fin al juego pero transcurre la pintura en sintonía y, a veces, ha confluído en el momento mejor de la novela. Durante la primavera. Abrazando, sin remedio, amarilla al verano de los hombres y mujeres junto al río y los niños: un anuncio de niños que auguran, voraces, repetición.

"Cien monjas en un cerrillo y todas visten de amarillo"

Algunos me habrán seguido y se habrán preguntado que he estado haciendo: disipando dudas propias y ajenas. Esto es lo que he hecho. Leer. Estar mañana y tarde con el más fiel de los amigos, de aquí para allá acarreando un libro. Ernesto Mallo, Cornell Wooldrich, Gil Brewer, Jorge Ibargüengoitia, Antonio Smarketa, Domingo Villar, Eloy Tizón, Georges Perec, James Crumley, Pedro Ugarte, ...
He viajado en tren con Giordano y Simonetta Agnello. Un libro que me regaló Alfonso: Vida íntima de los impresionistas, de Sue Roe, me ha mantenido entero donde me resultó difícil estar. Los artistas agrupados o en soledad siempre las han pasado canutas. Y siempre, es ahora también, salvo contadas excepciones.

"El presente es el futuro del pasado" dice John Updike en La feria del asilo.

He leído con independencia de la velocidad a la que he ido. En un móvil metálico o sobre los desgastados zapatos que me terminan, que me acompañan en esta elegida atmósfera de las anticipadas vacaciones. Porque fuí un tiempo con Javier Aguirre Gandarias:

Vaca

Viviría en el país
de las eternas vacaiones.
Con un río y una vaca.

Sin mi mismo
no me importaría.

Y con un árbol.

Con un árbol
con un río
y una vaca.

Sin el árbol.
Sin el río
no me importaría.
Y tampoco sin la vaca.


No más
que esa piedra
y su fulgor,
no más
que esa piedra
dura y blanca,
ese fulgor
que la piedra
remite al cielo.

No más
que esa piedra
atenta,
concentrada
como un pájaro
y esperando,
quizás a que venga
la noche,
a un lado del camino.

Sumar y restar. 1993-2007 Ed. Bermingham.

Acaso mi memoria como en Manuel Padorno, consista en ver lo que no vi. De cía en el post anterior que vi a Pablo Milicua o mejor un gran oso magistral del amigo Pablo en Arco y no fué así. Lo vi en Arte Madrid. Y adjudiqué "Las pequeñas cosas" a Chavela Vargas. Ese entrañable, precioso tema, es del folclorista argentino César Isella. Me lo corrigió su compatriota Javier Rosado a quién saludo y animo en sus estancia en Madrid.
Prometí en alguna ocasión continuar, incontinente, con al listado de artistas que vi en Arco. Ahora, el tiempo ido, sé que hubiera sido un esfuerzo baladí; tan importante o tan leve como llevar los calcetines del revés. Conservo ese catálogo. Tan mudo como ese invierno de Madrid. Mantengo a su lado otro: La abstracción geométrica en Latinoamérica (1934-1973) América fría. Corresponde éste a la exposición que vimos en la Fundación Juan March en esas fechas coincidentes con las Ferias. Pienso que si hubiéramos empezado la visita por ahí la apreciación de todo hubiera sido diferente. Belleza y silencio se unían en aquellas piezas. Un numeroso grupo de artistas trabajando, mostrándose ahora como un fin concreto. Un muy buen propósito. Fascinante el tiempo que a su paso deja intenciones en suspenso para reunirlas luego y reabrir las esencias.
De nuevo estoy con los míos, con los cercanos, con los que no dejo de mirar ilusionado. Prefiero pensar que las batallas se ganan, o pierden, en el interior del taller. Me miro en el espejo de Padorno:

Canción atlántica

He trabajado en una carretera.
También he construido un árbol. Una
gaviota. Un pez. La luna al mediodía.
Tallé la nube rosa. También tuve
que edificar un vaso. Fabricar
algunos animales invisibles,
el pájaro de vidrio, enjalbegar
los cielos amarillos más azules.
Frecuenté lo infrecuente, decidido.
Y liberé mis manos, pies, orejas.
Construí sobre el agua. Cuerpo de agua.
Una patria oceánica. Una playa.
Fuí a trabajar en lo que no se ve.
En otras realidaes: el desvío.
Una luz diferente. Y tuve fiebre;
enfermé saludable, estremecido,
de la fiebre más sana todavía.
Trabajé la canción. En vida misma.
Una canción atlántica. Salubre.
El más dulce salitre, el más salado
de todos los azúcares azules.

Manuel Padorno. La palabra iluminada. Antología. Cátedra

Continúo leyendo. Con respecto a esta página, a este juego de aparecidos, la observo tras los ojos de Boecio cuando aparece en la novela de Ingrid Noll: Palabra de honor. Editorial Circe. "SI TACUISSES, PHILOSOFOS MANSISSES" - "Si te hubieras callado, continuarías siendo un filósofo".

Disculpas por la demora.